19 marzo, 2008

bienvenida

Hoy la ciudad se ha tranquilizado de pronto. Buenos Aires, a pesar de la lentitud casi caribeña de sus habitantes -y sobre todo de sus camareros- es una ciudad nerviosa. Casi histérica. Y a mí, que aquí he desarrollado el sentimiento sevillano más que nunca y al mismo tiempo me he vuelto lo provinciana que nunca fui, eso me desconcierta, y es en parte el motivo de que me quede muchas tardes en casa viendo series en lugar de salir a dar una vuelta. Hasta ahora el ruido de Buenos Aires me había impedido conectar con la ciudad, a mí que me gusta tanto llamar "mi casa" a cualquier sitio donde pase más de una semana. Pero hoy la ciudad me ha dicho hola. La avenida Corrientes, que por lo común es un infierno, se ha convertido en un agradable paseo donde los baches de la calle no molestan y donde la semioscuridad en lugar de disgustar se ha convertido en una luz tenue acogedora. Esperar detrás de un grupo de personas que andaba a paso de tortuga, intentando correr pero sólo en sus cabezas, tampoco me ha molestado. No los he intentado esquivar y bajarme de la acera para adelantarlos. La música del mp3 estaba al mismo volumen que siempre pero no la tapaban las ráfagas de autobuses con motores de los años 50, y a la vez por debajo de Pastora y de Cuarteto de Nos se escuchaba lo que decía la ciudad. He comprado por tres euros un libro de tapas azules que se llama "Breve historia de los que ya no están", en el que hay una ciudad adonde van los muertos, que siguen viviendo ahí -aunque muertos- mientras los vivos los recuerdan. He perdido una hora en ver una película independiente que no me ha gustado nada y a cuyo director tengo que entrevistar mañana, pero no me he enfadado por ello. Cuando ha acabado la película, un hombre de doscientos años me ha hablado en un idioma que no entendía. Era castellano, sin duda, pero creo que ni él mismo era capaz de entender lo que decía, aunque los dos entendíamos la tristeza que había bajo sus gafas de concha y la incomodidad -no por la situación sino por no poder hacer nada contra esa tristeza- que había en mi mirada hasta que me he despedido con una excusa. Iba a cenar ensalada en el bar que hay bajo mi casa pero no había ensalada. He vuelto a la primera esquina que vi la primera noche que pasé en Buenos Aires, al lado del albergue (la misma esquina donde hay una cafetería cuyo camarero me vio llamar a mi madre por el Skype y llorar durante una hora), y ha sido durante diez segundos sólo para mí, porque no ha pasado ni un coche, ni una persona. La gente me ha mirado mucho, como siempre aquí, pero de manera distinta, y me ha gustado ver lo que veían. Buenos Aires ha tenido un momento y una manera extrañas de darme la bienvenida, pero le devuelvo el saludo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

qué bonito pil... estoy orgullosa de tí. Ag

MaríaT dijo...

Llega con retraso pero llega, eso es lo que cuenta!!!!
Besos

Alejandra Abad dijo...

Tu compañera porteña también te da la bienvenida a esta ruidosa ciudad que nos ha acogido, con sus más y sus menos, pero que nos va a dar mucho mucho, ya lo verás. De momento ha empezado a darte alegrías, tarde, pero ya ha empezado. A partir de aquí todo será romance con (o en) Buenos Aires. Me alegro mucho, de verdad, de tu descubrimiento -he tenido que irme yo de la ciudad para que lo consiguieras!-.