24 enero, 2010

mantra

Enrique Meneses habla a los jóvenes periodistas. Suscribo letra por letra lo que dice este gran hombre. ÉSO es lo que es el periodismo.

http://jesusmargon.blogspot.com/2010/01/el-futuro-de-los-jovenes-periodistas.html

16 enero, 2010

estambul-skopje (II)

Salvo Teresa y mi madre aquí se ha escaqueado tó quisqui de decir nada, lo que me lleva a pensar que quizás no os ha gustado, pero después de releérmelo y hacer algunas conclusiones he decidido que a mí sí, así que aquí va la segunda (y última) parte del primer capítulo. Van a ser capítulos muy cortitos porque he decidido que no tiene sentido embarcarme en un tocho de los que no me gusta leerme y que no sé hacer, siendo honesta.
Luego cambiaré muchas cosas, cagaditas y cagadas grandes, pero en general la cosa queda así. Por cierto, el título del libro será This is Balkans.

Mientras subía de nuevo al autobús, me acordé de Hristo Stoichkov. Búlgaro y del Barcelona: así que me di prisa en volver a mi asiento por si acaso el oficial se arrepentía de haberme dejado pasar con una casi sonrisa.

Ya estaba amaneciendo y por primera vez desde que salimos de Turquía pude ver el paisaje. Durante la noche no pude hacerme una idea de lo que teníamos alrededor porque los faros apenas alumbraban la carretera dos metros por delante del autobús, y no había luces, ni casas; sólo algún otro restaurante-perdido-en-medio-de-la-nada. El paisaje, más que verse, se oía y se sentía: las ramas finas de los árboles pegaban todo el rato en la carrocería, y la carretera era una continua sucesión de curvas que hizo que sólo dejáramos de dar bandazos cuando paramos en Sofía. Habíamos cruzado media Bulgaria pero lo único que habíamos visto era la frontera, el ultramarinos, el restaurante y la estación. Probablemente el conductor y los viajeros habituales lo habían hecho un millón de veces y esto era, para ellos, Bulgaria. Un país que formaba parte de su rutina y que no tenía horizonte, poblado por el viejo muy viejo, los oficiales de las fronteras y viajeros adormilados que toman sopa.

Y probablemente con montañas verdes: eso era lo que se veía ahora que habíamos llegado a la frontera con Macedonia; pero claro, con las ganas de terminar el viaje uno tiende a atribuirle las vistas al país siguiente más que al anterior, así que en este trayecto los búlgaros se quedan también sin ellas.

Los oficiales macedonios, que iban vestidos con uniformes que parecían diseñados para entrar en un edificio atestado de terroristas, hicieron que nos bajáramos todos y les mostráramos el equipaje. Yo saqué mi mochila. La familia de mujeres con velo sacó varias maletas y varios fardos. Otros de más allá empezaron a sacar del maletero, uno tras otro, todos los cuadros de Atatürk –padre de la Turquía moderna- que les había llevado una eternidad colocar dentro allá en el lejano Estambul. Y así sucesivamente hasta que consiguieron ponernos en una fila y fueron abriendo los equipajes.

- ¿Qué llevas ahí?

- Libros. Y carne para regalársela a mi hermana. Soy estudiante.

“Soy estudiante”, aunque no ofrezcas ninguna prueba de ello, parece ser una frase mágica para que los oficiales no revuelvan demasiado tus cosas, según me explicó Arber (que de verdad era estudiante de Medicina). Quizás crean que en la universidad se enseña a ser buenas personas y a no mentir ni traficar con nada. Otra frase que parece ser que te salva de que metan sus narices arrugadas en gesto de disgusto dentro de la mochila es “Es española”, que es lo que le dijo el conductor al policía cuando llegó delante de mí. Aunque nos salvamos del escrutinio, tuvimos que esperar de pie hasta que un oficial calvo terminó de registrar el autobús por dentro con un perro. Él era el típico tipo duro con pinta de estar todo el día en posición de firmes, y de tomarse muy en serio su papel. No dejaba de darle órdenes al perro, en susurros. “Busca, busca, por aquí, por aquí”. Pero el perro más que de trabajar y buscar droga tenía ganas de jugar, así que mientras el oficial seguía tomándoselo muy en serio, el animal saltaba de un lado a otro del autobús, ladraba, se enredaba con la correa y se caía o directamente pasaba olímpicamente de las órdenes del militar, que no parecía darle ningún miedo. A mí sí me lo daba un poco, así que como pude me aguanté la risa.

- This is Balkans –dijo Arber, negando con la cabeza y encogiéndose de hombros cuando le hice un gesto interrogante sobre todo el tinglado, que aún nos tendría parados una hora más.

This is Balkans: Esto son los Balcanes. Es un dicho popular que repiten muchos para justificar las esperas en las fronteras, que un viaje de una hora en tren dure tres, el “vuelva usted mañana” de cualquier acción que implique meterse en burocracias, el perro revoltoso sin ganas de buscar drogas o cualquier otro imprevisto como la guerra. Es una rendición ante lo evidente pero también una afirmación de la diferencia con cualquier otro lugar del mundo conocido, pues en los Balcanes, son los mismos Balcanes lo mejor y lo peor del planeta. Y en concreto el país o el pueblo de uno.

Llegamos a Skopje muy temprano y en la puerta de la estación se acumulaban los taxistas ávidos de viajeros atontados por el traqueteo del autobús o impresionados por haber llegado al fin a ese minúsculo rincón del mundo que es Macedonia, que nunca aparece en las noticias salvo gran catástrofe. Pero en el hostal que había reservado ya me habían advertido de que estos taxistas cobran hasta veinte veces más el precio de la carrera, así que me alejé un poco y paré a uno en la calle. Era un coche viejo pero limpio y el conductor hablaba inglés, aunque su primera pregunta, como la de todos los mayores de treinta aquí, fue que si hablaba alemán. Durante todo el trayecto no paró de hacerme preguntas, a qué había venido, qué quería contar, cómo iba a hacer las entrevistas, dónde iba a ir. Me contó que su hija era también periodista y trabajaba en una embajada o en un consulado. Y cuando llegamos al hostal y quise pagarle, me rechazó el dinero con un gesto. “Free taxi”, me explicó con una medio sonrisa.

This is Balkans.


14 enero, 2010

volquémonos, que se vuelquen

Aún no se sabe el número de víctimas del terremoto de Haití. Un seísmo devastador en el país más pobre de América, como cabe esperar, tendrá consecuencias devastadoras.
Ayer me indigné cuando entré a la página de elpais.com y la noticia principal decía "No hay víctimas españolas"*. El primer subtítulo hablaba de las víctimas confirmadas por Francia, ya se sabe, si no hay muertos nuestros, duelen más los vecinos que los negritos que total, ya estaban pasándolo mal y están acostumbrados. Sólo en la tercera línea se aventuraban "cientos" de muertos, que hoy se han convertido en "decenas de miles" ante la imposibilidad de las autoridades haitianas de concretar nada más: el país está sumido en el caos absoluto.
Me he sentido tentada de hacer un donativo, porque creo que si de algo sirven las ONGs, más que para prevenir y para acabar con el hambre, es para ayudar en situaciones como ésta. Pero sigo sin fiarme y sigo creyendo que son los gobiernos y los organismos internacionales los que tienen que destinar el presupuesto que iban a gastar en alguna chorrada electoralista a solucionar emergencias como ésta. He leído que el FMI "destinará 100 millones de libras más al país caribeño" (lo que quiere decir que luego pedirá 200 millones de libras más de vuelta), España, que preside la UE, ha mandado...diez bomberos. Supongo que serán los primeros de muchos. O espero.
De todas formas, hoy ya lo ha dicho todo, y muy bien, Maruja Torres, precisamente en El País, y sin caer en el lamento de por-qué-les-toca-siempre-todo-a-los-mismos sino metiendo el dedo en la llaga: catástrofes como ésta serían menos catástrofe sin la previa intervención humana a través de la corrupción, la manipulación y la dominación política. El título de su artículo ya es una llamada a la acción: Volquémonos
A ver si es verdad.

* Esto, además, no es verdad, porque hoy hay una inspectora española de Policía desaparecida. El periódico dice que se desconoce su paradero en los típicos eufemismos que se suponen prudentes, aunque no tiene mucho sentido teniendo en cuenta que trabajaba en el edificio de la ONU y que en otra noticia se dice que se cree que todo el personal ha fallecido.

10 enero, 2010

estambul-skopje (I)

Ea. Pues he empezado a escribir. Y como creo en la cultura libre y, sobre todo, no tengo una ama de llaves que me lea y me critique lo que hago como los escritores famosos de antaño, pues aquí está la primera parte del primer capítulo. Y hasta que no me diga alguien qué le parece, no sigo! Ea, que sé que muchos sois lectores agazapados que no comentáis.

Estambul-Skopje

Recorrer seiscientos noventa y ocho kilómetros en quince horas supone una velocidad aproximada de cuarenta y cinco kilómetros por hora. En los Balcanes sólo los ciclistas profesionales conducen a ese ritmo: demasiado lento para cualquier otro vehículo de dos o más ruedas. Para el trayecto que sea, bien a través de una llanura o de un risco, se puede contar con la velocidad suicida del conductor, y de paso con su mirada condescendiente y divertida ante el gesto “occidental” de abrocharse el cinturón. Pero por supuesto, también hay que contar con la frontera.

El autobús ya llevaba parado tres horas en la aduana entre Turquía y Bulgaria cuando arrancó de nuevo, sólo para volver a detenerse doscientos metros más adelante. “¡Pausa para ir al baño!”, gritó el conductor en turco, según me explicó luego otro pasajero. No obstante, la mayoría de la gente obvió los baños –agujeros en el suelo recubiertos de gres por los que había que pagar cincuenta céntimos de euro- y optó por comprar tabaco y alcohol en la tienda libre de impuestos. Incluido el conductor, que volvió con más cartones de los permitidos y me entregó dos en custodia. Al principio no entendí por qué me daba el tabaco, pero una mujer con velo me lo explicó amablemente. Por mímica, señaló que dos cartones -número dos con la mano- estaba bien -pulgar levantado-, que con cuatro -número cuatro con la mano- se pone peor la cosa -gesto de “regular” moviendo de un lado a otro la palma de la mano extendida hacia abajo-, así que guárdalos bajo el asiento -aspavientos con ambas manos de guardar bajo el asiento-.

Media hora después, una nueva parada, esta vez en medio de ninguna parte. A un lado de la carretera había una pequeña tienda de ultramarinos destartalada y un viejo muy viejo que vendía navajas suizas. El viejo muy viejo aceptaba euros, liras turcas, levs búlgaros y otras cuantas monedas más: en pocos lugares el capitalismo está tan controlado y es a la vez tan alegalmente libre como en las fronteras y en las tierras de nadie.

Este trayecto entre Estambul y Skopje vía Sofía es célebre por el contrabando de cigarrillos, del que me acababa de convertir en partícipe. Así se sacan un sobresueldo los dos conductores turcos y el asistente, que al principio del viaje repartió café, coca cola y agua envasada en un vaso de plástico con tapa. Y, por supuesto, alguien de la frontera turca. Y alguien de la frontera búlgara. Y alguien de la frontera macedonia. Y unos policías macedonios que nos pararían más tarde. Una muestra a pequeña escala de las mafias que campan por la región; que campan como por todas las regiones del mundo, pero que están en el top ten de celebridad. Un souvenir.

También incluye, obviamente, una parada para cenar. A las tres de la mañana.

- Julio Iglesias es una leyenda –aseguró convencido Arber, un estudiante de medicina albanokosovar convencido de que exhibía así sus conocimientos sobre la cultura popular española.

Acababa de hablarle de una famosa serie sobre un narcotraficante y su novia, metida a prostituta o algo así, que había sido el éxito de la temporada en España. Y la protagonista estaba allí, en la televisión de un restaurante perdido en una carretera cualquiera de Bulgaria, explicándoles a sus padres –en otra serie diferente- que tenían que dejarle formar una banda de rock aunque fuera una niña pija. Hablando en español y con subtítulos en búlgaro. Aunque afortunadamente, a esas horas nadie estaba de humor para ver una serie española con veinteañeros interpretando a preadolescentes.

La parte búlgara de la frontera con Macedonia estaba tranquila y sólo supuso un dilema deportivo. “¿Spain?”, inquirió el oficial, escudriñando cada rincón de mi pasaporte para preguntar con una expresión muy seria: “¿Real Madrid or Barça?”. En ese momento sólo me venía a la cabeza el viejo chiste que decía que uno puede cambiar de partido político, de esposa o de religión, pero nunca de equipo de fútbol; así que podía ser una pregunta crucial. A cara o cruz, respondí casi en una interrogación: “¿Hala Madrid?”.


Continuará

09 enero, 2010

ganando tiempo

Hoy quería empezar a trabajar, y como trabajar en lo mío sigue sin ser lo mío -llamémoslo pereza, miedo escénico, sueño; por hoy obviaremos el autopsicoanálisis- me ha dado por pensar. Y he pensado dos cosas.
En primer lugar, me he dado cuenta de lo difícil que es escribir cuando uno está razonablemente feliz y tranquilo. Echo la vista atrás, a las diatribas y parrafadas que soltaba el año pasado en pleno apogeo de mi mala leche, y me pregunto si me han dejado de importar las cosas o es que para ser "escritor" hay que estar amargado, como en dice el tópico. Lo reflexiono un rato y decido que en parte el tópico es cierto, pero otro que me viene mejor (oh, libertad de elección, maravilloso don): "la escritura es un bálsamo". Lo dicen muchos escritores, en su mayoría escritores o chungos o que se les dan fatal las entrevistas y no saben qué decir, y suena falso pero es bastante cierto. Cuando uno no tiene nada a lo que agarrarse, siempre hay un papel -una pantalla- en blanco. A mí escribir me ha salvado muchas veces.
Y sin embargo aquí estoy, dándole la espalda al papel en blanco. Ni siquiera un post sobre el frío que hace, que es la conversación del momento (sí, chicos, quizás no os lo imaginabais pero en Escocia hace un frío del carajo).
Esto me lleva a mi segunda conclusión del día, y es que también he escurrido el bulto del mundo. Llevo meses sin tocar un periódico. Bueno, un día entré en El País y leí sobre las últimas andadas de los amiguitos de la SGAE y me entró tal mala leche que decidí escribir un post que luego nunca escribí poeque me estaba dedicando a mis cosas. Hoy entro y veo que han asesinado a un periodista en México. Que Telecinco y Cuatro se van a fusionar. Más leña sobre el tema de las páginas web que hacen perder dinero a los amiguitos de la SGAE. Atentados frustrados. Y un largo etcétera de chorradas varias como Mariah Carey reconociendo que fue a recoger un premio borracha.
Y recuerdo mi objetivo, lo que prometí este verano a mucha gente: contar cosas diferentes. Y me pongo colorada y empiezo, aunque me paso antes por aquí para espantar un poco el miedo escénico. Se me ha acabado el post, así que allá voy.

01 enero, 2010

dos mil diez

Nuevo año.
En enero, alguien descubrirá que su compañero de trabajo tiene los ojos de color verde. Nunca antes se habrá fijado, y desde entonces dejará de mirarle la barbilla.
En febrero, alguien comprará un microondas que le habría costado mucho más barato si hubiera comparado precios. Lo pondrá sobre la encimera y lo primero que calentará será un café con leche, sin parase a pensar que es lo primero que está calentando en su nuevo microondas.
En marzo, alguien volverá a casa con un resfriado porque pensará que ya ha llegado el calor y querrá estrenar una rebeca que se acaba de comprar, por si acaso se cruza con un vecino bastante atractivo.
En abril, alguien dejará un libro por la mitad porque le aburrirá soberanamente (sin embargo, dentro de cinco años lo encontrará debajo de un armario y descubrirá que era él o ella el aburrido en abril de dos mil diez, no el libro)
En mayo, alguien pasará tres días sin ducharse metido en casa viendo películas del oeste.
En junio, alguien comenzará una nueva vida.
En julio, alguien escuchará bajo una sombrilla de una marca de cerveza cómo fue la primera vez que su abuelo vio el mar. Mientras, dos chavales jugarán a las palas en la orilla y uno de ellos perderá porque se quedó mirando a una chica que pasaba.
En agosto, alguien se quedará dormido mirando las estrellas y se levantará con dolor de cuello pero agradeciendo no tener que trabajar al día siguiente.
En septiembre, alguien probará por primera vez el helado de vainilla con trozos de galleta.
En octubre, alguien verá una película de miedo que no le dejará dormir, aunque por fortuna esa noche estará acompañado y sólo tendrá que rodar un poco hacia el otro lado de la cama para espantar a los fantasmas.
En noviembre, alguien descubrirá desde el asiento trasero de un coche rojo que hay una nube con forma de cara de cerdo.
En diciembre, alguien se pegará un atracón de golosinas.
Lo más seguro es que dos mil diez sea un buen año para muchos de nosotros.
¡Feliz año nuevo!