04 diciembre, 2009

replay (que no reset)

Cuando los comienzos son difíciles, siempre decimos "los comienzos siempre son complicados"; cuando no lo son, sin embargo, decimos que "los comienzos siempre son emocionantes". Creo que el mundo se podría dividir entre los que les cuesta empezar y los que les encanta. Y luego estoy yo, que soy una empezadora crónica, una adicta a planear y a partir de cero. A esos momentos en los que no tienes que pensar en qué ocupar el tiempo porque tienes miles de cosas que hacer (donde se incluyen los inevitables trámites burocráticos que implica cualquier comienzo, aunque se trate de empezar a vivir en la cima del Kilimanjaro: el papele es ya tan inherente al ser humano occidental como respirar), al vértigo y, en mi caso, también a elucubrar qué será lo próximo, aunque esta vez prometo tomármelo con más calma.
Hoy hizo un día espléndido de sol en Edimburgo. Encontré el cine, del que otro día hablaré un rato más largo, y un callejón de escaleras llamado Craig Close que, inexplicablemente, me ha llevado hasta una calle que yo creía perpendicular de la que partí. Ésta es la típica ciudad en la que se pueden encontrar secretos, anécdotas y leyendas casi en cada esquina, en cada piedra. La bala de cañón incrustada en una casa, las esfinges sobre el antiguo parlamento y el museo, una baldosa amarilla en un aparcamiento que resulta ser la tumba de uno de los impulsores de la Reforma protestante, John Knox.
Los comienzos son también melancólicos de o que se deja atrás. Pero ésa es la suerte que tenemos de no disponer de un botón de reset para empezar. Sin lo vivido, no habría nuevos principios. Y por mucho que se intente dejar atrás lo que sea, ayer es hoy y también mañana.
Hoy me ha dicho "hola" Edimburgo, mi nuevo hogar provisional.

02 diciembre, 2009

oda a regina

Puede que la idea de hacerse nueve horas en autobús con un conductor que se cree de la Paramount Comedy (los autobuses para otro post) para ver a una cantante rusoamericana que canta sentada en un piano no suene demasiado atractiva. Menos aún si hay que esperar una hora de cola a cero grados y la cantante en cuestión no llega hasta dos horas más tarde, y encima el sonido falla en la primera canción y casi no se oye su voz. Sólo merece la pena si ella es Regina Spektor.
Regina, a la que conocí gracias a Ague (“Pil, hay una cantante que hace ruiditos raros y creo que te gustaría”) es una de esos “artistas secretos” que tanto mola conocer. Le habré dicho a unas treinta personas que iba al concierto y sólo tres o cuatro sabían quién es. Pero la diferencia entre que Regina sea tu secreto y que lo sea la Banda Sinfónica de Antananarivo o los Deep Fried Turtles on The Rock –es decir, las típicas bandas de diez fanes- es que Regina mola. No te gusta porque es guayista: te gusta porque te gusta.


Te gusta porque sonríe todo el rato y tiene el pelo regular peinado pero va normal. Porque en una canción dice que se queda en una playa soñando con los delfines y se pone a imitar el canto de los delfines. Porque después de la mitad del concierto en el piano se levanta y se saca de la manga una canción a capella teorizando sobre cómo son los hombres según el color de sus ojos (“de los de los ojos azules no hay que fiarse, y lo sé yo que tengo los ojos azules”, dice) para luego decir que en realidad todo eso no son más que chorradas y generalizaciones estúpidas sobre el color de los ojos (“y además lo digo yo que tengo los ojos azules”), que de noche no se ven. Porque canta “On the radio”, que se ha convertido en mi mantra, o “Us”, una canción de amor que no habla mucho de amor pero es preciosa, o “The Calculation”, donde hace un ordenador con macarrones, o “Après moi”, una canción en inglés con estribillo francés y estrofa en ruso en la que no se oye ni un alma, sólo ella aporreando el piano.
Regina te gusta porque es Regina.
This is how it works: you’re young until you’re not
I have a perfect body cause my eyelashes catch my sweat
Hey remember that time when I only ate boxes of tangerines
With my slip showing a little like a drunk but not
It was so easy and the words so sweet
If I kiss you where it’s sore will you feel better?
Two birds on a wire
After me comes the flood
And the Bible didn’t mention us not even once
But God can be funny
Hold on one more time with feeling
So we made our own computer out of macaroni pieces
And it’s contagious, and it’s contagio-u-u-u-u-us.