20 julio, 2010

la paranoia

El otro día decidimos echarle estómago –ni Michael ni yo somos unos grandes admiradores de los sionistas y nos esperábamos lo peor- y ver el documental “Defamation”, del director israelí Yoav Shamir. La sinopsis de la película venía a decir que, tras ser acusado de antisemita por su anterior cinta, “Checkpoint”, el cineasta decidió investigar sobre el antisemitismo, del que se habla todos los días en los medios de este país ilegítimo.
“Antisemitismo”, “Holocausto” y “nazi” son términos comunes en las noticias israelíes. “Todo el mundo odia a los judíos. Gran Bretaña odia a los judíos. Francia odia a los judíos. Alemania odia a los judíos. Por no hablar de los países árabes”, dice un redactor jefe octogenario, superviviente del Holocausto que enseña en su brazo el inconfundible número tatuado en Auschwitz: quizás una justificación para esta estrechez de miras. Porque, a pesar de que muchos judíos –y especialmente muchos judíos americanos- están obsesionados con que el mundo está continuamente planeando su exterminio, lo cierto es que en gran parte al mundo le da igual.
Shamir va a la central de la Liga Antisemitismo, una poderosa organización con sede en Nueva York que se atreve a dictar, ante la cámara, comportamientos a jefes de Estado. Pregunta si hay alguna historia de antisemitismo que pueda seguir con su cámara, y una oficinista que parece aburrirse bastante en su trabajo le cuenta sobre los tremendos ataques a los judíos en las últimas dos semanas. Una enfermera que no pudo cogerse vacaciones. Otro que no se pudo coger dos días para una festividad religiosa. Otro más de lo mismo. Una queja por un artículo en un periódico con “matices antisemitas”. Y ya.
La cosa sería hasta anecdótica si no fuera porque es precisamente esta paranoia colectiva, que les da de comer –langostas- a muchos, la que mantiene al estado terrorista de Israel tal y como está, y la que no deja paso a otras políticas que pongan fin de una vez por todas a la mayor injusticia de la Historia. El director sigue con su cámara a un grupo de chicos que va a Polonia a conocer de primera mano los horrores del Holocausto. Treinta mil adolescentes hacen ese viaje cada año, y antes de partir se les advierte que “todos nos odian, estamos expuestos a un ataque en cualquier momento”. Ya en Polonia, se encuentran con tres viejos:
- ¿De dónde sois?
- De Israel.
- ¿Y por qué no habláis “israelí”? Parece que habláis chino.
- No entiendo qué dice. ¡Nos está llamando zorras! ¡Nos está llamando putas israelíes!
Tal cual. Patético. Y luego les hacen un recorrido por toda la “industria de la muerte” (campos de concentración, museos, etc.), como lo llama un profesor universitario, para ponerles les tripas negras hasta que al final una dice que le encantaría matar a los que hicieron todo eso, y cuando cae en que ya están muertos –les cuesta- piensa que sus herederos aún están por ahí. Y todo ese grupito de niñatos de vuelta a Israel a promover la convivencia.
En España la liamos con la memoria histórica, pero por muchas pasiones que levante, no es más que un tema político. Dejamos a Franco aquí hasta que se murió, así que muchos odios no hubo en esos cuarenta años: nosotros somos más de acostumbrarnos a lo que venga y a echarnos unas tapillas. Toda la crispación es, en realidad, fabricada. Lo que me preocupa viendo esto es que me acuerdo de la mujer que lloraba delante de la cámara en el cementerio de Srebrenica, y me da mucha pena ver como se ha victimizado por completo a los musulmanes bosnios, y me da mucha pena que quizás, viendo este documental sobre Israel, estoy viendo el futuro de Bosnia. Me imagino a los niños de Sarajevo yendo dentro de sesenta años -¡SESENTA!- a Srebrenica para que nunca jamás olviden. Y me pregunto si no estaría bien, por una vez, aprender del pasado, ahora que nos está mostrando una lección en el presente.
(más info http://cineautor.suite101.net/article.cfm/defamation-o-la-paranoia-del-antisemitismo)

2 comentarios:

retaguardiaclub dijo...

Al final siempre se reduce en enfrentarse "al otro". Al que no es como tú.

Se empieza justificando el atrincheramiento en base a afrentas históricas, se continua armándose hasta los dientes y, por último, todo se condimenta con un buen chorrito de miedo social.

Este coctel, implosivo y explosivo al mismo tiempo, funciona a la perfección para conseguir que la gente se acabe matando.

Y funciona, vaya si funciona: Israel, Venezuela, Irán, EEUU, etc

Un saludo internacional,

Pillary dijo...

Tienes toda la razón. Tantos ratados de dplomacia, estudios de las guerras, investigaciones históricas, y al final el mundo no es más que un patio de colegio: "¡Él me pegó primero!"
Un abrazo!