10 julio, 2008

pensando en voz alta

Le dijo Risto Mejide a una concursante hinchosa de OT: "A ti te pasa como a mí, que o levanto pasiones o soy detestado. Pero prefiero una vida de altibajos a la mediocre regularidad de tus compañeros". Más o menos eso dijo. Vale, Risto Mejide no es el mejor punto de partida para ponerse a filosofar, y seguro que un montón de escritores e intelectuales guays habrán afirmado alguna cosa parecida, pero ya dije que paso de Cortázar y de Platón. Ayer nos preguntamos en una discusión delante de unas fajitas emplatadas y una pizza con chorizo: ¿es mejor ser mediocremente feliz durante toda tu vida sólo por el hecho de no planteártela, o pensar y ser consciente de las cosas y tener momentos muy intensos de felicidad y otros muy intensos de tristeza? Yo no supe cuál de las dos escoger. Cierto es que ya por la simple existencia de Miss Doña, que se plantea hasta de qué color son las nubes, no puedo elegir en realidad, pero si pudiera, ¿qué preferiría? Mi hermana Angela (sin tilde, que se enfada) y yo hablábamos el otro día de lo felices que éramos en nuestros mundos de Yupi y lo que jode darse cuenta de que las cosas no son tan chupiguays y no hay buenos y malos, verdades y mentiras, novios formales que te quieren con locura a-ti-y-nada-más-que-a-ti y amigos sólo de tomar café. Con lo agusto que estaba yo con mis principios maniqueos.
Me estoy leyendo un libro sobre Sendero Luminoso que escribió un joven periodista peruano, Santiago Roncagliolo, al que he estado a punto de mandarle un mail felicitándole en plan fan-Bisbal. Explicaba de que a medida que se iba metiendo en el tema iba perdiendo el sentido del humor, y ya sólo quería hablar de la guerra, y los que no hablaban de la guerra le parecían unos superficiales. Cuando leí eso me puse loca de contenta, porque al menos durante un rato lo comprendí todo: no hay que dejar de plantearse las cosas, simplemente hay que aprender a vivir con ellas. No pierde el sentido tu vida ni eres la mayor mierda del mundo porque te vayas una tarde con tus amigas de rebajas aun sabiendo que la gente se muere de hambre. Creo que el quid de la cuestión es que para salvar el mundo, antes hay que ser humanos. No podemos perder lo que nos hace humanos, aunque eso sea irse de botellón un viernes al Chile, porque sino nuestras quejas sobre las jornadas de 65 horas las estará gritando un autómata, sólo que en lugar de ser esclavo del consumo, es esclavo de la "revolución" (sea lo que sea que significa esa palabra, si es que aún tiene algún sentido). Hay que saber andar por la delgada línea que hay entre el me comprometo pero déjame que viva mi vida también y la hipocresía de nos reunimos para tratar la crisis alimentaria y nos comemos un menú de diecinueve platos (véase reunión G-8).
Bueno, que al final me he puesto más pesada que el Platón ese. Que lo que quería decir en realidad es que otra vez estoy más feliz que una perdiz, y aunque digan que decirlo es gafe lo volveré a decir, y volveré a caer otro día en la más absoluta de las miserias, y luego otra vez más feliz que una perdiz y así sucesivamente (aunque el helado no me lo he comido por si acaso). Que al fin y al cabo, yo he venido a hablar de mi libro!

2 comentarios:

MaríaT dijo...

Sobre la lucidez y la felidad tiene un discurso maravilloso Federico Luppi en la peli "Lugares comunes".
Para vivir con intesidad hay que tener claro que sufrir y sonreír son dos caras de la misma moneda.
Besos guapa

Anónimo dijo...

"Para salvar el mundo ante hay que ser humanos" es un logo tan hermoso que haría llorar hasta al hipotético hijo bastardo de Sarkozy, Bush y Mao Zedong. Sigue siendo feliz, pero -por favor- dale caña a Miss Doña. Las idas bien bien escritas son un placer.