10 enero, 2010

estambul-skopje (I)

Ea. Pues he empezado a escribir. Y como creo en la cultura libre y, sobre todo, no tengo una ama de llaves que me lea y me critique lo que hago como los escritores famosos de antaño, pues aquí está la primera parte del primer capítulo. Y hasta que no me diga alguien qué le parece, no sigo! Ea, que sé que muchos sois lectores agazapados que no comentáis.

Estambul-Skopje

Recorrer seiscientos noventa y ocho kilómetros en quince horas supone una velocidad aproximada de cuarenta y cinco kilómetros por hora. En los Balcanes sólo los ciclistas profesionales conducen a ese ritmo: demasiado lento para cualquier otro vehículo de dos o más ruedas. Para el trayecto que sea, bien a través de una llanura o de un risco, se puede contar con la velocidad suicida del conductor, y de paso con su mirada condescendiente y divertida ante el gesto “occidental” de abrocharse el cinturón. Pero por supuesto, también hay que contar con la frontera.

El autobús ya llevaba parado tres horas en la aduana entre Turquía y Bulgaria cuando arrancó de nuevo, sólo para volver a detenerse doscientos metros más adelante. “¡Pausa para ir al baño!”, gritó el conductor en turco, según me explicó luego otro pasajero. No obstante, la mayoría de la gente obvió los baños –agujeros en el suelo recubiertos de gres por los que había que pagar cincuenta céntimos de euro- y optó por comprar tabaco y alcohol en la tienda libre de impuestos. Incluido el conductor, que volvió con más cartones de los permitidos y me entregó dos en custodia. Al principio no entendí por qué me daba el tabaco, pero una mujer con velo me lo explicó amablemente. Por mímica, señaló que dos cartones -número dos con la mano- estaba bien -pulgar levantado-, que con cuatro -número cuatro con la mano- se pone peor la cosa -gesto de “regular” moviendo de un lado a otro la palma de la mano extendida hacia abajo-, así que guárdalos bajo el asiento -aspavientos con ambas manos de guardar bajo el asiento-.

Media hora después, una nueva parada, esta vez en medio de ninguna parte. A un lado de la carretera había una pequeña tienda de ultramarinos destartalada y un viejo muy viejo que vendía navajas suizas. El viejo muy viejo aceptaba euros, liras turcas, levs búlgaros y otras cuantas monedas más: en pocos lugares el capitalismo está tan controlado y es a la vez tan alegalmente libre como en las fronteras y en las tierras de nadie.

Este trayecto entre Estambul y Skopje vía Sofía es célebre por el contrabando de cigarrillos, del que me acababa de convertir en partícipe. Así se sacan un sobresueldo los dos conductores turcos y el asistente, que al principio del viaje repartió café, coca cola y agua envasada en un vaso de plástico con tapa. Y, por supuesto, alguien de la frontera turca. Y alguien de la frontera búlgara. Y alguien de la frontera macedonia. Y unos policías macedonios que nos pararían más tarde. Una muestra a pequeña escala de las mafias que campan por la región; que campan como por todas las regiones del mundo, pero que están en el top ten de celebridad. Un souvenir.

También incluye, obviamente, una parada para cenar. A las tres de la mañana.

- Julio Iglesias es una leyenda –aseguró convencido Arber, un estudiante de medicina albanokosovar convencido de que exhibía así sus conocimientos sobre la cultura popular española.

Acababa de hablarle de una famosa serie sobre un narcotraficante y su novia, metida a prostituta o algo así, que había sido el éxito de la temporada en España. Y la protagonista estaba allí, en la televisión de un restaurante perdido en una carretera cualquiera de Bulgaria, explicándoles a sus padres –en otra serie diferente- que tenían que dejarle formar una banda de rock aunque fuera una niña pija. Hablando en español y con subtítulos en búlgaro. Aunque afortunadamente, a esas horas nadie estaba de humor para ver una serie española con veinteañeros interpretando a preadolescentes.

La parte búlgara de la frontera con Macedonia estaba tranquila y sólo supuso un dilema deportivo. “¿Spain?”, inquirió el oficial, escudriñando cada rincón de mi pasaporte para preguntar con una expresión muy seria: “¿Real Madrid or Barça?”. En ese momento sólo me venía a la cabeza el viejo chiste que decía que uno puede cambiar de partido político, de esposa o de religión, pero nunca de equipo de fútbol; así que podía ser una pregunta crucial. A cara o cruz, respondí casi en una interrogación: “¿Hala Madrid?”.


Continuará

4 comentarios:

Teresa dijo...

Me supo a poco, queremos más.

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con tu amiga Teresa, queremos mas, creo que me compraré el libro..............tu madre

Teresa dijo...

Viva tu madre, que sigue tu blog. Las madres son lo mejor del mundo mundial.

Pillary dijo...

Gracias guapas. Y que viva mi madre! :D