17 noviembre, 2009

alucinando en westminster

En el crucero de la abadía de Westminster hay unas sillas desde las que se pueden pasar las horas muertas sólo viendo los cambios de luz. Cuando las nubes se apartan (algo poco frecuente en Londres pero con lo que siempre me encuentro cuando vengo) parece en serio que Dios entrara en la iglesia. El rosetón central brilla con sus mil colores de los santos de las vidrieras y a la derecha entran los rayos por las ventanas de la nave, idénticas y alineadas bajo los nervios de piedra que forman infinitos arcos.
No sé por qué, pero siempre que entro a una iglesia así tengo la misma sensación que cuando uno siente que acaba de enamorarse, por muy cursi que suene.
El techo de la capilla de Enrique VII es alucinante. Es como encaje hecho en piedra. Y aquí, en un lugar que la audioguía llama "una de las maravillas del mundo", podemos encontrar en sus vidrieras...la bandera de Estados Unidos! No me lo podía creer, allí estaba con sus barras y sus estrellas. Le pregunté a uno de los "guardianes" de la abadía, y me explicó que en las vidrieras de la capilla aparecen como metáforas de las asociaciones que ayudan a mantenerla (que con las 15 libras que cobran de entrada y el patrimonio de la iglesia anglicana, ya podían vivir sin becas). Luego miré mejor y vi que efectivamente así era, y había una inscripción en hebreo (paradoja), un sello de la YMCA...en general estaba bastante bien disimulado. Pero no pude dejar de preguntarme qué pasará si algún día McDonald's o Nike deciden ser sus benefactores. No estamos lejos de sustituir a San Judas por el payaso Ronald, según parece.
Me pregunté cuántos de los píos cristianos enterrados allí serían unos hijosdeputa y están descansando en suelo sagrado. Hay algunas tumbas o placas homenaje bastante curiosas, como la de Edmond Halley, el del cometa.

Aunque la que más me intrigó fue la del soldado desconocido, que fue repatriado desde Francia en la primera guerra mundial que hoy le rinden homenaje mandatarios de todo el mundo. La reina madre le ofreció su ramo de flores en su boda, y en su entierro su hija Isabel le ofreció la corona funeraria. Me pregunto si cuando murió sabría si sería el muerto más prestigioso del cementerio. Y si le importaría un carajo.

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